La capa de ozono en la estratósfera protege la vida en la Tierra al absorber rayos ultravioletas, dañinos para el ADN animal y vegetal. En la década de los ochenta, científicos británicos detectaron que dicha capa protectora se encontraba en declive en el polo sur, creando un llamado agujero y alarmando a la población mundial. La extensión del agujero fue empeorando hasta llegar a niveles históricos a principios del siglo XXI. A pesar de que se han detectado otras áreas en donde las concentraciones de ozono estratosférico han bajado drásticamente, el agujero de la Antártida sigue siendo el más grande en el mundo.
De acuerdo con datos de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de los Estados Unidos (NASA), el área promedio del agujero de la capa de ozono en la Antártida en 2022 fue de 23,2 millones de kilómetros cuadrados, cifra que se ha mantenido estable en los últimos tres años, dando señales positivas sobre la recuperación de tan importante capa.
La lenta pero notoria recuperación se debe a la prohibición del uso de substancias agotadoras de la capa de ozono, principalmente hidrocarburos halogenados como los clorofluorocarburos (CFCs), compuestos que se usaban ampliamente en la industria como refrigerantes, propelentes y disolventes. Desde que el Protocolo de Montreal entró en vigor en 1989, se ha procurado la eliminación parcial de dichas substancias de las emisiones mundiales, importante también para el calentamiento global debido a que los compuestos halogenados son también gases de efecto invernadero.
Cada año, el 16 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, con el objetivo de informar sobre las medidas llevadas a cabo para conservar el frágil escudo gaseoso. La efeméride fue proclamada por primera vez en 1994 y conmemora el día en el que el Protocolo de Montreal fue firmado en 1987.