El sur de Brasil se encuentra en estado de emergencia, después de las torrenciales lluvias reportadas la semana pasada. Las fuertes precipitaciones han causado el desbordamiento de ríos, la destrucción de caminos y puentes, así como daños graves en represas del estado de Rio Grande do Sul. La catástrofe ya ha causado la muerte de al menos 90 personas y ha dejado aproximadamente 150.000 damnificados. El presidente Lula da Silva ha descrito las inundaciones como las más grandes que Brasil haya visto, y ha prometido ayuda federal para el estado afectado.
Desafortunadamente, los habitantes del país sudamericano no son ajenos a catástrofes naturales hidrológicas (ej. tormentas, inundaciones) de esta magnitud. De acuerdo con datos del Ministerio de Ciudades de Brasil, tan sólo en 2022, más de medio millón de personas en zonas urbanas fueron desplazadas o se quedaron sin hogar a causa de fenómenos de este tipo. Dicha cifra representó un significante incremento de más de 200.000 personas en comparación con el año anterior.
En contraste, el pasado mes de marzo, una ola de calor azotó a Brasil, reportando récords de sensación térmica de más de 60°C en Río de Janeiro. Estos patrones climáticos extremos se deben en gran parte al fenómeno meteorológico El Niño, que ya se ha empezado a debilitar, pero todavía sigue afectando las condiciones en la región. A El Niño también se le suman los efectos del cambio climático, que intensifican dichos sistemas y hacen que las condiciones del tiempo sean más difíciles de predecir.